Cambiando nuestra visión del mundo por un futuro más próspero
En pocas palabras, la economía circular es una forma de diseñar, fabricar y usar cosas dentro de los límites del planeta. Y, sin embargo, para cualquier persona que esté verdaderamente comprometida con el tema, hay algo intrigante al respecto, la sensación de que, detrás de esta simple idea, hay una historia mucho más rica.
En aras de la simplicidad, podemos dividir esta historia en tres partes: la cosmovisión anterior a la ciencia, la cosmovisión científica de la Ilustración y la cosmovisión emergente de la era digital.
Cosmovisión anterior a la ciencia
En la cosmovisión anterior a la ciencia, nuestra comprensión del universo se produjo principalmente a través de la observación de nuestro entorno natural junto con la intuición y los preceptos religiosos. No teníamos marcos o teorías confiables para guiarnos. Las constantes que guiaban la vida eran las entidades divinas encarnadas en el sol, la luna, las estrellas y las estaciones. La religión, no la ciencia, explicaba cómo funcionaba el mundo: en esencia, que la humanidad estaba a merced de los dioses cuya voluntad celestial se reflejaba en la Tierra.
Lo mejor que podíamos hacer era estar de acuerdo con estas poderosas fuerzas y esperar que a través de la acción “correcta” los dioses nos verían favorablemente. Esta concepción del mundo se puede ver en la miríada de elementos de rituales y sacrificios comunes a las primeras culturas politeístas. El sacrificio humano, como medio de apaciguar a los dioses con la esperanza de una buena cosecha o una buena caza, por ejemplo, era común entre los antiguos egipcios y aztecas.
El mundo espiritual era muy importante porque se consideraba indivisible del mundo físico, hasta el punto de que la inspiración creadora del hombre procedía de dioses o musas. La palabra “inspiración” proviene del latín “inspirare” (“respirar” o “soplar”) que se usa también en el sentido figurado de ser “movido por la guía divina”.
Cosmovisión científica de la ilustración
Entre los siglos XIV y XVII, los movimientos culturales del Renacimiento y el Humanismo cobraron impulso, sembrando las semillas de una nueva cosmovisión que maduraría en la época de la Ilustración (Europa de los siglos XVII y XVIII). El filósofo alemán Immanuel Kant resumió esta época en los siguientes términos: “¡Atrévete a saber! ¡Ten el valor de usar tu propia razón!”
Este fue un período marcado por cambios radicales en la perspectiva y los ideales, lo que culminó en una ferviente creencia en el poder de la mente racional para transformar a la humanidad. El resultado fue una serie de importantes inventos, libros, ensayos, descubrimientos, leyes y dos revoluciones significativas: la Revolución Americana (1775-1783) y la Revolución Francesa (1789-1799).
Uno de los avances más significativos de la época fue la “Philosophiae Naturalis Principia Mathematica” (Principios matemáticos de la filosofía natural) de Isaac Newton, publicada en 1687. En ella, Newton estableció las tres leyes del movimiento y la ley de la gravedad universal, las cuales se convertirían en los componentes básicos de la física moderna.
Durante este tiempo de descubrimiento, la ciencia ocupó un lugar central, conduciendo a una nueva visión del mundo que eclipsaría a la antigua. La humanidad ya no estaba situada en los márgenes del universo, indefensa y a merced de los dioses, sino que en el centro del mismo, capaz de medir y cuantificar el mundo físico y entender sus leyes a través de un análisis cuidadoso.
En última instancia, esto dio lugar a los tres pilares de la cosmovisión científica que sigue dominando nuestro pensamiento hasta el día de hoy: comprender, predecir y controlar. La metáfora subyacente en esta cosmovisión es el universo como máquina o mecanismo. Desde esta perspectiva, el universo es un sistema de relojería de partes entrelazadas que siguen un conjunto básico de leyes. Es lógico, medible y predecible porque opera sobre principios matemáticos de causa y efecto.
Pierre Simon Laplace (1749 -1827) captó claramente esta noción en su obra Ensayo filosófico sobre probabilidades cuando escribió: “Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen, si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensar en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos.”
Curiosamente, la fe en Dios todavía estaba muy viva (Newton escribió más sobre alquimia y la Biblia que sobre ciencia), pero los mundos físico y espiritual se separaron donde antes habían sido indivisibles.
En la civilización occidental, esta suposición subyacente sobre el universo (como una máquina) ha permeado todas las esferas de la vida: social, cultural y científica. Y, por supuesto, nos ha proporcionado el método científico del reduccionismo: comprender el todo a través del análisis de las partes.
El Padre de la Filosofía Moderna, René Descartes, describió perfectamente el método reduccionista en su publicación de 1637 Discurso del método: “dividir cada una de las dificultades que examinare, en cuantas partes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución… conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos”.
Nos hemos vuelto tan expertos en el uso de este método, que ahora está muy arraigado en el pensamiento y la educación occidentales y lo usamos inconscientemente en nuestro enfoque de todo tipo de problemas. Esto es útil para tratar problemas que radican en causa y efecto lineales, como la forma de reparar un motor, pero potencialmente perjudicial cuando se aplica a problemas muy complejos y dinámicos, como la forma de abordar el cambio climático.
La cosmovisión emergente de la era digital
La ciencia ha explorado el microcosmos y el macrocosmos; ahora tenemos una buena idea de la superficie de la tierra. La gran frontera aún inexplorada es la complejidad.
— Heinz Pagel, Los sueños de la razón (1988)
Con la llegada de la era digital y el poder de calcular cantidades de datos sin precedentes, surgieron nuevos conocimientos que arrojaron dudas sobre las certezas de una cosmovisión científica determinista. Progresivamente, los pilares científicos de comprensión, predicción y control comenzaron a erosionarse. Nuevos descubrimientos probarían que el universo es dinámico y no lineal, lleno de interdependencia y retroalimentación. Podemos observar y llegar a reconocer ciertos patrones, pero no podemos predecir ni controlar los resultados.
El ser humano ha entendido esto intuitivamente desde hace milenios. Después de todo, fue Aristóteles quien dijo: “El todo es mayor que la suma de sus partes”. Pero hasta hace muy poco carecíamos de las herramientas para dar sentido a esta complejidad. Ahora que tenemos esas herramientas, estamos presenciando el surgimiento de un nuevo tipo de ciencia conocida como Ciencia de la Complejidad (el estudio de sistemas complejos). La complejidad examina la naturaleza de las relaciones que existen en los fenómenos complejos, cómo los elementos se combinan para producir un efecto en el conjunto que es supremamente mayor que las capacidades de esos elementos individuales. Para tener algún tipo de comprensión de los sistemas complejos, los defensores argumentan que debemos salir de los confines del pensamiento reduccionista lineal y comenzar a pensar en sistemas.
En su libro Complejidad: una visita guiada, Melanie Mitchell escribe sobre los sistemas complejos: “Nadie sabe exactamente cómo una comunidad de organismos sociales (hormigas, termitas, humanos) se unen para construir colectivamente estructuras elaboradas que aumentan la probabilidad de supervivencia de la comunidad en su conjunto. Igualmente misterioso es cómo la intrincada maquinaria del sistema inmunológico combate la enfermedad; cómo un grupo de células se organiza para ser un ojo o un cerebro; cómo los miembros independientes de una economía, cada uno trabajando principalmente para su propio beneficio, producen mercados globales complejos pero estructurados; o, más misteriosamente, cómo los fenómenos que llamamos 'inteligencia' y 'conciencia' emergen de sustratos materiales no inteligentes y no conscientes”.
Entonces, ¿cómo es el universo si no es como una máquina? La ciencia ahora nos muestra que una metáfora mejor es aquella más arraigada en los sistemas vivientes: como algo vivo, en flujo en lugar de estasis, adaptándose y evolucionando en respuesta a la retroalimentación en formas infinitas e impredecibles. Algo más parecido a un murmullo de estorninos que a una serie de engranajes zumbando en un reloj. Esto es importante. Como nos recuerda el lingüista cognitivo George Lakoff: “las metáforas son capaces de crear nuevos entendimientos y, por lo tanto, nuevas realidades”. Por supuesto, no todos compartimos la misma realidad: los pueblos indígenas de todo el mundo se han identificado durante mucho tiempo con esta concepción del universo como una entidad viva que respira. Donde la mente occidental ve un mundo de cosas inertes, la mente indígena ve un mundo de procesos y relaciones.
Si bien este cambio, anunciado por nuevos descubrimientos científicos, podría estar en marcha, debemos tener cuidado de no eliminar por completo la mentalidad mecanicista, después de todo, ha ayudado enormemente a la humanidad. La Revolución Industrial se basó en tales principios y ayudó a sacar a millones de personas de la pobreza a la prosperidad. Es probable que los grandes pensadores del futuro sean aquellos que puedan seleccionar y elegir perspectivas y enfoques (reduccionistas y sistémicos) para aplicarlos en su contexto correcto, entrelazando hábilmente los dos, y ser capaces de adoptar un enfoque sistémico tan intuitivamente como ahora usamos el reduccionista.
El siguiente gráfico captura el enfoque cambiante desde un punto de vista educativo a medida que nos acercamos a una nueva forma de entender, más adecuada para el siglo XXI.
La economía circular, como idea, es indicativa de este mayor cambio en juego. Inspirado en los principios de la naturaleza, es totalmente consistente con las nociones de proceso y relación, de flujo y fluidez en lugar de estasis. Con 4600 millones de años de retoques evolutivos detrás, ¿por qué buscaríamos inspiración en otro lugar?
Como señala el pionero de la economía circular Ken Webster en The Circular Economy: A Wealth of Flows, la economía circular se trata "de las posibilidades de abundancia, de satisfacer las necesidades de las personas mediante el diseño de residuos y recreando el tipo de abundancia elegante tan evidente en los sistemas vivos”.
En muchos sentidos, estamos completando el círculo, con una nueva comprensión científica que comienza a iluminar y reforzar aspectos de nuestra cosmovisión anterior a la ciencia, que, con suerte, nos colocará en un camino de vida más armonioso.
Visto en este contexto, la economía circular representa mucho más que una forma inteligente de utilizar los recursos. El creciente interés en el concepto puede ser el signo externo de un cambio más profundo que marque el comienzo de un futuro nuevo y más próspero.